martes, 19 de octubre de 2010

LAS ENFERMEDADES DE LAS MOMIAS

DEL ARTEROMA AL INFARTO
Los egipcios pagaban un pesado tributo al ateroma y a la arteriosclerosis, a pesar de una alimentación más bien frugal y de que apenas abusaban del alcohol, no conocían el tabaco y vivían en condiciones menos apremiantes que las nuestras. Sobre la angina de pecho y el infarto se enseñaba al médico: "Si examinas a un enfermo que sufre del estómago y, mientras, siente dolores en el brazo, en el pecho, en un lado del estómago y que de él se dice: es la enfermedad ouadj, dirás al respecto: es algo que le ha entrado por la boca, es la muerte que le amenaza."
La demostración de las enfermedades se puede hallar en las momias, aunque las modificaciones de los tejidos, debidas al embalsamamiento dificultan la interpretación. Por ejemplo: el corazón de Ramsés, que parecía indemne a las lesiones graves, se había reducido al tamaño de una galleta de ocho centímetros por cuatro, y estaba tan endurecido que se tuvo que cortar con una sierra. En esas condiciones es difícil establecer un diagnóstico retrospectivo sutil. No obstante, se puede afirmar que Teye, cuya momia fue descubierta por Deir-el-Bahari, padecía una coronaritis, ya que la disección permitió descubrir un espesamiento de las arterias coronarias y zonas de fibrosis, estigmas de un infarto cicatrizado. Y, además, también tenía hipertensión arterial, pues la enfermedad dejó en los riñones unas señales perfectamente reconocibles. 
BRONQUITIS Y TUBERCULOSIS
Los egipcios, sin duda, tosían mucho: en efecto, el papiro de Ebers contiene no menos de 20 pociones y una inhalación, destinadas a combatir dicho síntoma. La miel, de propiedades suavizantes, era la base esencial de esos remedios. La frecuencia de tuberculosis osteoarticular, que deja su huella en los esqueletos, hace pensar que la tuberculosis pulmonar debía hacer estragos.
Pero las lesiones más frecuentes halladas fueron la antracosis y la silicosis. Estas enfermedades, conocidas entre los mineros y obreros de canteras, ocasionan insuficiencia respiratoria y son debidas a la inhalación de partículas de carbón, en suspensión en el aire de las galerías de las minas, y de sílice provenientes sin duda de la inhalación de la arena del desierto durante las tempestades. También se han encontrado, a menudo, depósitos de carbono en los pulmones, que si bien no provocaban trastornos patológicos graves, nos confirman las condiciones de vivienda en cuartos pequeños, poco aireados, donde las velas y el fuego despedían mucho humo. 
LAS MISMAS PATOLOGÍAS
Ignorantes de la terminología científica de los siglos siguientes, los egipcios presentaban parecidas enfermedades que el hombres del siglo XX.
Una apendicitis crónica dejó en el abdomen de una joven de la época ptolomeica una clara banda de adherencias. En cambio, no habría que considerar como patológicos los numerosos prolapsos rectales observados en el gran cementerio de la isla de Hesa, debidos a la salida del intestino por el empuje de los gases intestinales en descomposición en las momias tratadas de modo insuficiente. 
No se debían ser propensos a los cólicos hepáticos, pues no se encuentra su descripción en el papiro de Ebers y en unos 30.000 cuerpos examinados. Smith y Dawson sólo hallaron cálculos de la vesícula biliar en una sacerdotisa de Amón. En cambio, parece que los cálculos renales eran algo más frecuentes, pero nos preguntamos por qué los embalsamamientos habían insertado uno de sis cálculos en el orificio nasal de la momia. 
Sobre la misma piel aún se hallan loas huellas de algunas afecciones dermatológicas benignas  o graves. Los comedones salpicaban la frente de Ramsés II. La cara, el vientre y los muslos de Ramsés V estaban picados de viruela. Una sacerdotisa de Amón, muerta en la edad avanzada tras una enfermedad que la tuvo encamada mucho tiempo, tenía en la espalda grandes úlceras de decúbito que los embalsamadores habían tratado de disimular con trozos de piel de gacela. La lepra y la peste, que sembraron el terror en la Edad Media, ya habían hecho estragos en la antigüedad. La bilharziasis, llamada enfermedad de αα en el papiro de Ebers, es una enfermedad parasitaria que en Egipto todavía es una causa importante de morbilidad. Ruffer ha demostrado huevos calcificados de este parásito en las vías urinarias de una momia de la XX dinastía. 
Los más examinados han sido los faraones: Ramsés V, afectado de viruela, era portador de una gran hernia inguinal que había descendido por las bolsas y le había doblado el volumen del escroto. La majestad de Siptah, que sucedió a Sethi I, seguramente se veía disminuida por una cojera, secuela evidente de una poliomielitis. Los enanos acondroplásicos que ahora se ven en los circos no eran raros en Egipto. Estaban muy bien considerados y sus sarcófagos o tumbas, tan lujosas como las de los enanos Seneb y Pouoinhetef, demuestran su elevada condición social. Tal vez interpretaban el papel de bufón en la Corte, pues en los títulos del palacio se determina el de una "director de enanos" y de un "maestro de enanos encargado del vestuario".
MUJERES Y NIÑOS
El papiro de Ebers proporciona remedios para tratar las vulvovaginitis y la metritis que denominan "remedios para refrescar el útero y hacer desaparecer el calor". En los partos no intervenían los médicos sino las matronas. En algunas momias son patentes los estragos que podía ocasionar traer un niño al mundo. Henhenet, una de las dos esposas reales de Mentouhotep, es posible que muriese del parto: la pelvis, demasiado estrecha, apenas mayor que la de un chimpancé, no dejaba pasar al niño, que tuvieron que extraer a viva fuerza, de ahí el gran desgarrón de la vulva y de la vejiga. Los embarazos no siempre eran deseados, y las desgraciadas muchachas culpables de haber cometido un desliz se exponían a terribles castigos: una joven nubia, encinta de algunos meses murió apaleada; al encontrarla tenía los huesos de las manos de los pies destrozados y el cráneo fracturado.
Nada es más triste que el espectáculo de un niño enfermo, y como la farmacopea ofrecía escasos recursos a los médicos de la época, las madres salmodiaban para alejar de la muerte este encantamiento conmovedor: "Desaparece demonio, que vienes con las tinieblas, que entras solapadamente, con nariz por detrás y la cara vuelta hacia atrás, ¡a quién se escapa por qué has venido!
¿Has venido para abrazar a este niño?
No te permito que lo abraces.
¿Has venido para calmarlo?
No te permito que lo calmes.
¿Has venido para hacerle daño?
No dejaré que le hagas daño,
¿Has venido para llevártelo?
No dejaré que te lo lleves..."  
Al resultar las melopeas muchas veces insuficientes, se recurría entonces al ratón cocido, que se daba a comer al niño o a la madre. Después se ponían los huesos dentro de un saquito de lino y se lo colgaban al cuello. La urgencia del caso no permitía a veces deshuesar al animal y las cías digestivas de algunos niños del cementerio predinástico de Naga-ed-Der contienen los huesos del ratón ingerido del desenlace fatal. J.L. 

BIBLIOGRAFÍA:
Perfiles, número 26, año 1998, PEQUEÑAS HISTORIAS DE LA MEDICINA por JAVIER LENTINI, pag 45. 

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